“Se nos trata como objeto al que proteger o analizar, cuando no castigar o pegar”
TEXTO: JOSÉ CARLOS BLANCO. FOTOS: ALBERTO IGLESIAS
La mujer y la naturaleza son las dos obsesiones literarias de Pilar Adón. ¿Por qué? Dice que le sale sin darse cuenta. Luego comienza a hablar de su infancia rodeada de mujeres fuertes: su abuela, su madre, sus tías, disfrutando de sus historias, junto a la lumbre o en el patio y todo encaja. “Quizás todo eso me ha ido permeando’”. Pues claro: sin ninguna duda. Todo eso sucedía en un pueblo de cincuenta habitantes muy cerca de Ávila, donde las autoridades dicen que no merece la pena esforzarse en poner internet porque el pueblo no tiene futuro. “Es un tema que me subleva”, dice. “La gente no se quiere ir; hacen que se vaya”. Pilar se fue a Madrid al barrio de Argüelles, pero sigue yendo y teletrabajando en su pueblo abulense. Su pueblo no es Betania pero se le parece mucho.
Pregunta: Tiene usted una deuda con COAG. Le invitamos a la jornada que celebramos en Valladolid sobre “Mujeres y vida en el Medio Rural” pero no pudo asistir. Nos quedamos con la intriga de saber qué iba a decir. Es el momento. ¿Nos lo puede decir ahora?
Respuesta. Sí, lo recuerdo y lo siento mucho. Me hubiera gustado estar, pero tenía un compromiso en La Coruña. Si hubiera ido claro que me habría preparado una ponencia. Soy bastante perfeccionista y obsesiva y seguramente habría hablado de lo que es mi experiencia, de una persona que está muy relacionada con el pueblo, y de las mujeres que he conocido a lo largo de mi vida.
Mi abuela, mi madre, mis tías, y cómo ellas han vivido en el medio rural sin este acceso que yo tengo a la ciudad, a Madrid en este caso. Mi abuela vivió toda su vida en el pueblo, un pueblo de cincuenta habitantes de la provincia de Ávila al que yo sigo yendo. Mi abuela conoció la entereza, la fortaleza, el trabajo, la dureza de la vida en el medio rural. Y habría hablado también de las satisfacciones que, aunque yo ahora las tengo cuando voy al pueblo, mi abuela no tuvo demasiadas.
P: Las mujeres del medio rural sufren hipermasculinización: ciento doce hombres por cada cien mujeres, dedican cinco veces más tiempo a las labores domésticas, dedican el doble de tiempo a la atención a dependientes, sufren los roles y estereotipos de género, todo ello añadido a la discriminación por desigualdad, menor participación en las decisiones, mayor vulnerabilidad… Dan ganas de llamar a la UME para que acuda al rescate, ¿no? Con todo este bagaje de evidencias, ¿no cree que urgen medidas que no se toman?
R: Sí. La respuesta directa es que sí. Hay que hacer algo, eso es evidente. Nos centramos en el medio rural que es lo que nos reúne hoy aquí, pero no es algo exclusivo. Parece que hemos avanzado muchísimo y es cierto, hemos avanzado, pero no muchísimo. A las mujeres se nos sigue tratando de una manera infantilizadora. Se nos sigue tratando como un objeto al que hay que proteger, mimar, analizar, cuidar, cuando no castigar o atacar o pegar como si nosotras solo fuéramos objeto y no sujeto.
Sucede también con las planificaciones que vienen de los despachos, que te dictan lo que hay que hacer en un medio en el que hay personas que lo conocen y que están allí día tras día. Y desde los despachos las normas se imponen sin contar con las personas que están viviendo allí. Con el tema de las mujeres sucede algo parecido. Parece que tenemos que ser sujetos de derecho, de obligaciones, todas esas cargas que decías y quizás quienes tenemos que decir que necesitamos esto o lo otro somos nosotras, pero se nos sigue infantilizando de una manera brutal.
Porque sigue siendo la mujer la que ayuda al marido, y luego llega a casa y se encarga de los críos, de los padres, de la comida. La mujer en el campo que sigue sufriendo esa dichosa palabra: de ayuda de alguien.
P: Se crea la ley de Titularidad Compartida para impulsar el trabajo en el campo de la mujer, pero solo se acoge el 0,6 por ciento. Se justifican estas pobres cifras por la excesiva burocratización. La PAC crea otra brutal brecha: sólo el 27,5% de las ayudas directas es percibido por mujeres; las tierras gestionadas por mujeres apenas reciben 3 de cada 10 euros. ¿Cómo luchar contra los elementos cuando los propios guardianes que deberían serlo de tus esencias son los que te atacan?
R: Claro. Siempre se ha entendido que lo general, lo universal es lo masculino y que lo femenino es lo individual y lo concreto. Cuando nos vamos a temas, esencialmente de mujeres como puede ser el aborto, hay un montón de elementos externos a nosotras mismas que deciden si es un derecho, si no lo es, cómo se va a hacer, y parece que nosotras somos las muñecas pero al final somos las que parimos y criamos. Da la sensación de que damos igual.
Con el tema del campo es como si el trabajo que hiciera la mujer no se cuantificara, como si no tuviera ningún valor, como si no se pudiera medir o tarificar, cuando estamos hablando de cantidades económicas como las que me planteabas. A nivel general ha sido el famoso tema del techo de cristal (barrera invisible que dificulta que las mujeres accedan a los altos cargos), o sea, mujeres directivas, mujeres empresarias, mujeres con cargos de verdad en la empresa hay muy pocas. Pero se ve en otros trabajos, en el mundo del campo todo esto no se ve nada.
Porque sigue siendo la mujer la que ayuda al marido, y luego llega a casa y se encarga de los críos, de los padres, de la comida. La mujer en el campo que sigue sufriendo esa dichosa palabra: de ayuda de alguien. Mientras a la mujer no se le considere elemento de producción de verdad, es muy difícil que opte a los derechos.
P: Esa fascinación que muestra en su obra por la naturaleza, el campo, las casas en medio del labrantío, mujeres recogiendo frutos del bosque, esas páginas que huelen a frutas de otoño, es el mundo rural. ¿De dónde le viene? ¿Con qué pretensión simbólica lo narra? ¿Qué significado tiene en su obra? Dice en “Las huidas”: “Sus ovejas esperan que haga algo:/deshacer el pánico al vacío, someterse a sus balidos/ que semejan llamadas”.
R: De todo lo que he escrito solo tengo un relato que se desarrolla en Madrid. Los demás todos están ambientados en una zona que yo conozco bien: este pueblo del que te hablo. La literatura que yo hago no es realista, tampoco es fantástica, pero es ficción. Mi obra está siempre filtrada por la historia de estas mujeres que viven aisladas en la naturaleza. Yo he escrito esto desde el principio porque lo conocí muy bien gracias a mi padre y a mi abuela. Mi madre nació en el lado de los vencedores y mi padre en el lado de los perdedores. Mi padre pasó hambre, no tuvo una educación reglada y mi madre no pasó hambre y tuvo estudios.
Durante toda mi vida miré al lado de mi madre porque significaba los libros, las clases de inglés… por eso yo soy traductora. Era más civilizado. Hasta que me di cuenta de que el cincuenta por ciento de mi sangre era también mi padre. Mi padre por obligación tuvo que aprender a vivir en la naturaleza, a cazar para comer, a buscar frutos. Yo empecé también a irme por ese lado. Y me acuerdo, y por eso te hablo de la mujer trabajadora, de mi abuela. Teníamos un cerdo. Me acuerdo de mi abuela preparándole la comida. Yo iba al pueblo con gente y decían que olía mal. Yo me acostumbré a esos olores desde niña.
Recuerdo que mi abuela colgaba los chorizos en la troje que es una palabra maravillosa. Pero claro, yo quería huir de aquello. Hacía mucho frío. O sea, no era una casa rural de las de ahora. No era la cesta de mimbre con sus troncos bien cortados, la mermelada y lo demás. Yo todo eso lo mamé desde bien pequeña. Me fue permeando y se ha quedado en mi literatura. Y me acuerdo cuando se juntaban mi madre, mi abuela, mi tía y algunas amiguitas mías en torno a la lumbre, contaban historias y las niñas escuchábamos.
Es como si el trabajo que hace la mujer en el campo no se cuantificara, como si no tuviera ningún valor, como si no se pudiera medir o tarificar.
P: ¿Trabajamos con la misma materia? O sea, usted escribiendo silenciosamente sentada a su mesa de trabajo, nosotros con los tractores de 200 caballos rugiendo con el arado, pero con sensibilidades parecidas: ver brotar vida en un cereal, en un cabritillo, los olores, los colores, el viento, la lluvia… ¿Nos parecemos en algo los agricultores a escritores como usted, como Llamazares, Jesús Carrasco, Sara Mesa, que encuentran en el medio rural su temática?
R: Si te das cuenta hay un montón de verbos que relacionan el arte de cultivar con el arte de escribir: germinar, sembrar, cultivar. Un montón de verbos que están relacionados con la materia orgánica física alimentaria; también están relacionados con la creación literaria que también es alimento al final. Claro que hay una relación. Desde el momento en que estamos hablando de cultivar, cuidar, regar, desbrozar. Desbrozar es una palabra que yo utilizo muchísimo para mis textos. Me paso el día desbrozando. Yo creo que sí hay una relación absoluta; es una relación muy de base, muy instintiva, casi visceral, muy orgánica.
P: Este abandono del medio rural, quizás habría que llamarlo deserción, (palabra viene del latín desertus, que significa abandonar las obligaciones y que da también desierto) ¿cree que es solo una cuestión achacable a la desidia de las administraciones? Entrevistábamos a Manuel Campo Vidal, experto en el asunto y nos decía que toda la sociedad y no solo el Estado está cometiendo una injusticia con el medio rural. Y que las ciudades tienen que compensar a los pueblos. ¿Qué opina al respecto? ¿Hay una brecha tan grande entre el medio rural y el urbano? ¿Hablamos de mundos antitéticos?
R: Es un tema que me subleva tanto que muchas veces yo creo que no soy racional. Yo creo que básicamente la situación esta así no porque la gente se quiera ir si no porque se les hace ir. La gente no se quiere ir, es obligada a irse. En mi pueblo, donde teletrabajo, quise poner fibra en mi casa y me dicen que no me van poner fibra porque ese pueblo no tiene futuro. Esto lo tengo en una carta. Pero cada uno de esos habitantes tiene una vida, una necesidad vital de tener ilusiones, de crecer, de ver que su trabajo sirve para algo. Igual que lo tiene la gente que vive en pleno Chamberí. Es algo que me subleva. Peleé como una gata y conseguí la fibra, pero tuve que remover Roma con Santiago.
En mi pueblo, cada dos por tres se cae el teléfono, la cobertura, el agua no es potable y no puedes cocinar… tú quieres estar ahí pero te hacen irte. Entonces que las ciudades te deban algo, es un poco abstracto, lo sé, es un poco lo que te decía antes de las mujeres: yo no quiero ser “objeto de”, quiero ser “sujeto de” y que me dejen ser sujeto de, yo no quiero limosna. Que no me minoren, que no me hagan sentir pequeña, tengo materia gris, soy capaz de saber lo que necesito, y no me hagan no tener red, ni teléfono, ¿o es que la voz de los que viven en Arguelles vale más que la voz de mi pueblo de cincuenta habitantes? Pagamos los mismos impuestos.
Las mujeres rurales somos como el hermano menor. Cuando pienso en los adjetivos me pregunto cual es el antónimo de mujer rural, es mujer ciudadana. Y también pasa con el hombre. Ciudadano tiene una trayectoria de civitas. Nos trae a la cabeza la persona con derechos, mientras que la persona rural… qué ¿todavía con alpargatas?
Hay una relación absoluta (entre literatura y agricultura); es una relación muy de base, muy instintiva, casi visceral, muy orgánica.
P: ¿No anhela una racionalización de las tendencias socioeconómicas actuales para equilibrar los desarrollos urbano y rural? O sea, ¿no le parece un “sindiós” que a media hora de la hipermasificación urbana exista el vacío más desolador?
R: Eso pasa mucho aquí, en otros países no pasa tanto. La propiedad vertical en España es importante. Nos dimos cuenta en la pandemia. Pensábamos que nos tendríamos que ir todos al campo pero al final hay una cultura urbana, masificada, de oportunidades, de bloques de pisos. En otras culturas hay una propiedad más horizontal, está todo mucho más extendido; hay casas, no pisos, con sus patios, por ejemplo en Inglaterra o en Estados unidos. Y luego está el hecho de que nos da miedo dar ese paso; o sea, irnos al pueblo aunque esté a treinta kilómetros.
P: En los países nórdicos teletrabaja el 50 por ciento de la gente, en España el veinte. Hay mucho margen de crecimiento. Mucha gente podría irse a trabajar a los pueblos y no lo hace. Tenemos un apego desmesurado a la ciudad.
R: Sí, porque da la impresión de que la vida social, los colegios, los médicos, todos los servicios básicos los vas a tener mejor en las ciudades y eso no es cierto del todo. De la misma manera que yo era crítica con internet, con los servicios mi experiencia es buena. Hay médicos que van a las casas de las personas; la farmacéutica está pendiente de todo el mundo con las medicinas.
Esa cercanía que tampoco quiero idealizar existe en el pueblo y en las ciudades no. En mi pueblo, la vecina de mi abuela iba todas las mañanas a ver qué tal estaba, a ver si se había levantado, si había desayunado. En mi bloque de vecinos de Argüelles cuando nos vemos es un hola y adiós. Esa humanidad sí existe en los pueblos. No quiero idealizar el campo, la ciudad menos, claro, pero esa red de ayudas sí existe.
Que no me minoren, que no me hagan sentir pequeña, tengo materia gris, soy capaz de saber lo que necesito, y no me hagan no tener red, ni teléfono, ¿o es que la voz de los que viven en Arguelles vale más que la voz de mi pueblo de cincuenta habitantes?
P: ¿Habría que rebelarse? Un estudio concluye que un partido rural podría llevar a más de 20 diputados al congreso. ¿Cree que habría que explorar esa opción? Aunque ya existen esos partidos, pero la gente no los vota.
R: Sí, es que los movimientos sociales son muy lentos y los legales, ni te cuento. Creo que de alguna manera tiene que ver con esto que te decía del lenguaje. Hay que tener mucho cuidado con el lenguaje y el pensamiento que genera. Asociamos ciudad con cosmopolitismo, cultura, diversión, vida social y lo rural, lo asociamos a la soledad, a las 4 de la tarde ya es de noche, en el pueblo no hay nada que hacer. Todo esto genera miedo. La gente tiene miedo a estar sola, a no saber qué hacer. Pero eso en la ciudad también pasa.
En Inglaterra crean un ministerio de la soledad porque es una de las grandes enfermedades de esta época. En las ciudades se está más solo que en los pueblos. No funciona esa maravilla que es el trueque que sí funciona en los pueblos. A mi me dan granadas, patatas, uvas; yo regalo libros, el intercambio es continuo. En la ciudad tienes que ir a pedir ayuda a Asuntos Sociales, en el pueblo siempre hay una red.
P: Menciona lo importante que ha sido su padre para usted. Le dedica el libro de “De bestias…” y le concede el título más noble que nobiliario de “hombre de campo”. Para nosotros es un honor que se llame “hombre de campo” a una persona admirable. ¿Qué es para usted un “hombre de campo”?
R: Es que mi padre es lo que era: un hombre de campo. A mi me costó comprender muchas cosas de mi padre. Yo tiraba más a mi madre, los libros, su mundo. Yo en la adolescencia no era flexible, era animalista y mi padre era cazador. Había un conflicto. Mi padre cazaba porque lo único que había en su casa para comer era una escopeta. Se la requisaron y su familia se quedó sin nada. Antes de que muriera recapacité y empecé a hablar con él y me empezó a contar. Íbamos al campo y preguntaba todo el rato: ese pájaro, ese árbol. Empecé a aprender de él. Cuando estaba todo el rato preguntándole me decía: ¡te quieres callar!
En el campo si hablas no ves las cosas. Tenía razón. Mi padre sabía sobrevivir en el campo. Sé de gente que se moriría al tercer día. Me da la impresión de que cuanto más nos alejamos del campo, más pusilánimes nos hacemos. Cualquier heridita, cualquier dolorcito nos afecta. Nos hacemos más cobardes. Mi padre se hacía una herida y decía: eso se cura solo. Es una manera de ser, cercana a lo animal. Mi perro por ejemplo no sabía que era viejo. Lo sacaba por el campo y retozaba sin darse cuenta de que era viejo. Hay comunidades de humanos pero también las hay de árboles, laborales, de animales.
En la ciudad las comunidades solo son humanas y laborales, no hay animales, no hay árboles. Todos los animales y los árboles son domésticos. Por eso me dicen que mi literatura es muy sensorial. Están todos los sentidos, no solo la vista y el oído que es lo que necesitamos en la cuidad para estar alerta. En la ciudad el olfato solo sirve para oler el menú del día, la contaminación, el tubo de escape; en el campo el olfato es esencial.
En el campo si hablas no ves las cosas. Me da la impresión de que cuanto más nos alejamos del campo, más pusilánimes nos hacemos. Cualquier heridita, cualquier dolorcito nos afecta. Nos hacemos más cobardes.
P: Vemos en su idea de trabajar siempre con personajes femeninos una relación metafórica con la agricultura. La agricultura es femenina. La inventó la mujer: el hombre caza y la mujer selecciona las semillas. Además, la agricultura es el único universo en el que se puede crear vida sin la participación del varón. Usted dice que sus personajes femeninos son mayoritarios pero le sale sin darse cuenta. Preguntaremos entonces a su subconsciente: ¿qué busca con esta idea y qué le parece esa visión tan femenina de la agricultura?
R: Es complicado. Es lo que te decía antes: lo masculino es lo universal y lo femenino es lo particular. Por supuesto, yo creo que lo femenino es tan universal como lo masculino. Por supuesto que la agricultura está relacionada con la mujer y también la ganadería. Hablamos de Ceres, de la Diana cazadora… En uno de mis cuentos, lo primero que hace una mujer cuando llega a una tierra es medirla, medirla es la manera de controlarla, si los metros que te han dicho que tenía son los que realmente tiene; medir a pasos, no hace falta llevar un topógrafo. Mides, ves los árboles que hay, los animales que puede haber, las rocas, la estructura de la tierra, el tacto: te agachas y tocas la tierra, aunque eso tradicionalmente se puede asociar mucho más al hombre.
Yo en mi cuento podría haber dicho que esto es lo primero que hace el hombre y se habría entendido perfectamente porque es lo universal. Fui más allá al poner a la mujer. En otro cuento mío, “Roca blanca fondo azul”, una mujer se construye su casa. Hay una frase que leía en el libro «La loca del desván» que decía que los hombres construyen las casas para encerrar en ellas a las mujeres. Los movimientos literarios o filosóficos son constructos de los hombres y luego las mujeres sacamos ahí el dedo como podemos. Las mujeres estamos también construyendo, sembrado, midiendo, y yo dije, voy a crear a una señora que se construya su casa. Ese concepto de la señora que construye su casa, mide su tierra, labra su tierra, pone su vallado, hagámoslo universal. Te iba a decir algo más, pero se me ha ido el santo al cielo.



