“Agricultura sin agua, el nuevo desafío del campo”

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Por José Carlos Blanco, Jefe de Prensa de COAG Castilla y León.

“Agricultura sin agua, el nuevo desafío del campo”

 

Tras la pandemia, la guerra o la crisis de los insumos, los agricultores y los ganaderos se enfrentan a un nuevo reto: la sequía crónica. No habrá agua para cultivar la mayoría de las veces. Los científicos dicen que el campo tendrá que afrontar desafíos sin precedentes y que los agricultores tendrán que saber gestionar las catástrofes. Pero también aseguran que no todo está perdido:hoy en la Tierra hay la misma cantidad de moléculas de H2O que hace 20.000 años y, además, no llueve menos sino que llueve peor. Habrá agua pero no aquí ni ahora. Habrá que tirar de ingenio, pero habrá cosechas.

 

Ni siquiera nos quedarán los refranes. Qué será de aquellos sabios aforismos que decían que “si hay lluvias en primavera, cuenta con la sementera”, o “agua del cielo, el mejor riego”, o “norte claro y sur oscuro, aguacero seguro”, o  “las aguas marceras, son muy hierberas”. Y qué será de las cabañuelas; de las novenas a San Isidro para convocar la lluvia; quién invocará a Santa Bárbara, patrona de los zambombazos si ya no volviera a tronar, o por lo menos, a tronar como tronaba; y a la Virgen de la Cueva, allí en la profunda Asturias; y qué será del mediático Calendario Zaragozano que llegó a distribuir 260.000 ejemplares en toda España. Se barruntan tiempos áridos, amarillos, ajados. Jorge Luis Borges, lo dejó escrito con precisión profética: “La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Diana. Aunque el maestro lo dijera con pretensión metafórica.

La sequía que ahora nos hostiga, la más dura desde 1970, o desde 1961, se verá cuando termine, ha llegado regada de estudios, informes y pronósticos abrasivos, como si fuera la definitiva, la que inaugurara la nueva era sin agua. La comunidad científica calcula que en algo más de dos décadas, más de la mitad de la población no tendrá acceso regular al agua. Hablamos de consumo: beber, cocinar, lavarse. Un ser humano bebe 3 litros de agua diarios, pero come 3.000, cantidad que requiere producir, de media, los alimentos de su dieta, según la FAO. La demanda de agua ha crecido en el último siglo un 100 por cien más que la población, explica el Banco Mundial. Si consideramos que la agricultura consume entre un 70 y un 80 por ciento del agua que necesita el planeta, no hará falta ser profeta para augurar que habrá serias restricciones. La revista Earth Future calcula un déficit hídrico para los próximos años, en función de los parámetros actuales, que afectará al 84 por ciento de los cultivos y amenazará la existencia del 60 por ciento de las explotaciones agropecuarias mundiales.

Habrá “desafíos sin precedentes”, señalan los científicos; los agricultores tendrán que gestionar el apocalipsis. Como cada combate que libra el campo es mucho más violento que el anterior, los agricultores terminarán siendo los campeones de la resiliencia.

Pero hay esperanzas. Entre los nefastos vaticinios acerca de la crisis climática los científicos deslizan alguna certidumbre. Una es que hoy existen en el planeta Tierra la misma cantidad de moléculas de H2O que hace 20.000 años. O sea, hay agua, aunque no está donde la queremos o la necesitamos: ni nosotros los agricultores, para producir alimentos, ni los seres humanos para bebida e higiene, ni la industria para su funcionamiento.

La otra certeza, constatada por AEMET, es que llueve lo mismo que antes, pero llueve peor, llueve de golpe; no da tiempo a que el agua se filtre en el subsuelo y se escurre hacía hacia los ríos o los embalses; no se restauran fácilmente los acuíferos pero el agua no se pierde.

Con estos mimbres, bastante robustos dadas las amenazas climáticas, hemos de hacer el cesto de la agricultura rentable.  El método es apabullantemente lógico: poner a funcionar todos los utensilios de los que dispone la agricultura y la ganadería del siglo XXI. Van desde el sentido común hasta la experiencia de los profesionales del campo, pasando por la tecnología, la investigación, los apoyos administrativos o fondos para financiar las medidas y una nueva cultura de la agricultura: repensar qué cultivos son los más resilientes a las limitaciones hídricas, qué superficies pueden ser atendidas con los recursos y en qué productos se debe emplear agua y en cuáles no. Repensar muchas cosas, asumir que entramos en una nueva era, actuar con aspiraciones acordes al nuevo escenario.

ALTERNATIVA

El día después de que el Gobierno aprobara el último decreto de ayudas para atender los efectos de la sequía, el diario El País, lo justificaba en su editorial con reflexiones muy explosivas: “la modernización de los regadíos ya no es suficiente”; “el desafío exige decisiones de mayor alcance”; “aplicar políticas de adaptación al cambio climático”, “replantearse el número de hectáreas cultivadas”. Y, he aquí la traca final: “trabajar para encontrar modelos alternativos al desarrollo económico”. Traducción: ¡Mandar la agricultura al carajo!   Y ratificaba esta sentencia la investigadora de transición ecológica, Cristina Monge en el mismo periódico: “La transición ecológica para ser efectiva y real debe incorporar alternativas económicas a las formas de vida (…) que por su modelo económico están en grave peligro”.  ¡Que Dios nos pille confesados!

Pero, no perdamos la calma. Retomando el sentido común los científicos plantean que quizás haya que olvidarse de regar cultivos que tradicionalmente han sido de secano como la vid y el olivar. Su irrigación lleva aparejada además una pérdida de fortaleza ante los agentes patógenos que abre en bucle un proceso de nuevos tratamientos.

Una de las claves está en volcarse en la agricultura de precisión; reducir al máximo la utilización de recursos. Serán necesarias estructuras eficientes para almacenar agua, utilizar aguas regeneradas, sembrar o plantar cultivos resistentes a plagas y climas adversos, proceso que requieren una constante investigación y digitalizar la producción para optimizar recursos (Efeagro). Fenacore, la federación de los regantes, se muestra convencida de que se puede aumentar la producción de alimentos con menos agua y menos territorio, pero con más tecnología. Y afirma que España sufre sequía meteorológica pero no hidráulica porque muchas regiones pueden regar en periodos de sequía. Otra cosa es el coste energético del riego, para lo que es preceptivo un control tarifario.

El CSIC estudia el nivel mínimo de agua que requiere cada cultivo sin que se resienta la producción, no solo para ahorrar agua, también los costes de regar. Plantea dos líneas  de investigación:  por un lado el denominado riego deficitario, o sea, la resistencia de cada cultivo al estrés hídrico en cada fecha del año y una monitorización del propio cultivo para detectar si dicho  estrés hídrico es excesivo y puede afectar al desarrollo de la planta.

La firma de equipos de riego Azud trabaja en la regeneración de aguas residuales para su uso agrario, con un objetivo claro: lograr agua con calidad suficiente para no afectar a la salud humana ni al medio ambiente.  El proceso requiere primero un filtrado de la materia orgánica que contiene el agua y en segundo lugar, un proceso de desinfección para asegurar la calidad del riego.

El Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias -IVIA- desarrolla una interesante línea de investigación para procurar agua a la actividad agraria en los momentos más críticos. El IVIA estudia la reducción del consumo de agua mediante una optimización del riego que se determina en función de análisis de la salinización del suelo y producen patrones resistentes a la sequía. Se estudian los genes de las plantas que determinan la resistencia a la sequía y a la salinidad y se investiga la producción de plantas que requieren menos horas de frío para soportar las elevadas temperaturas derivadas del cambio climático. (https://verdeyazul.diarioinformacion.com). Otro esperanzador campo de investigación es el riego deficitario: educar a la planta para que reciba agua cuando realmente lo necesita. El IVIA cuenta además con sistemas de tele-monitorización de la humedad del suelo que informan constantemente sobre sus necesidades hídricas.

Los científicos también recuerdan que quizás haya llegado el momento de recurrir con más entusiasmo a la agricultura de secano; rotar variedades para aprovechar al máximo al agua fluvial, apostar por plantas con ciclos menos secos como primavera y otoño, labrar el suelo con procedimientos que favorezcan la acumulación de agua. En definitiva, recurrir a métodos clásicos ya utilizados  empíricamente por los agricultores profesionales de más edad.

Un sistema eficaz es volver la vista a estrategias que pueden estar dando resultados. Israel es un modelo, un desierto que ha llegado a exportar agua. Allí, la cultura del agua es estratégica, seria y estatal; el país ha investigado, ha invertido y ha educado a su población y a su clase política;  es una potencia mundial en tecnología hídrica, recicla casi la totalidad de sus aguas residuales; la mitad del agua que utiliza para riego es reciclada; posee las mayores y las mejores plantas desalinizadoras, la más grande del mundo por ósmosis está en este país; creó el riego por goteo; mima los recursos hídricos y extiende este mimo a la educación social de sus habitantes que entienden que el agua es cara y pagan un justiprecio por su uso. Israel tiene todo el campo repleto de sensores que informan de fallos en la canalización.

En España, donde también se desala, solo un 18% de las 900 plantas con las que cuenta, se utiliza con eficiencia. Además su coste energético es desmesurado lo que nos lleva a concluir que la desalación sería una alternativa cuando pueda accionarse mediante fuentes limpias y su funcionamiento sea óptimo. He aquí una solución viable para el futuro del agua.

Otra llegará cuando concluyan con éxito las investigaciones que muchos países, como el propio Israel, China, Australia, Arabia Saudí y así hasta 50, tienen en marcha para dominar o reconducir el clima. De momento las expectativas que en su día generó el intento de provocar precipitaciones con la siembra de nubes, con las famosas inyecciones de yoduro de plata, no están cristalizando, pero los países no ceden en su empeño.

China, que no es el campeón de la veracidad, asegura que un 56 por ciento de su territorio tendrá completado su plan de siembra de nubes en 2026; Australia desarrolla, al parecer con éxito, un plan para mantener nevadas algunas de sus más señeras montañas y ya parece que el granizo, que tanto daño puede ocasionar a los cultivos está siendo dominado en muchas zonas del planeta.

Estos ejemplos al menos dejan claro que existe una inquietud en todo el mundo en afrontar los problemas que generará la reducción de precipitaciones o al menos, su normalización.

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