Hace no tanto tiempo, para considerarte una persona informada y con habilidades conversatorias debías oír la radio y, sobre todo, leer el periódico. Y luego siempre podías soltar alguna perla en las sobremesas con familiares o tomando unas cañas con los amigos… Era una cultura de suplemento dominical, quizá más efectista que profunda, pero que contribuyó a forjar el carácter y el compromiso de unas generaciones que aprendieron a valorar lo verdaderamente importante para vivir y, sobre todo, para convivir en sociedad.
Hoy, multitud de informaciones nos llegan cada día por canales muy diversos, democratizados hasta tal punto que cualquier persona puede concebir, editar y difundir a cualquier parte del mundo una idea, opinión o propuesta, sea ésta de la naturaleza que sea y tenga mayor o menor coherencia o sentido o, incluso, aunque carezca totalmente de ambos. La sociedad de la información es un gran logro de nuestra civilización y como tal debemos valorarlo. Pero la enorme capacidad de expresión, comunicación e interacción entre personas posible hoy en día conlleva unos riesgos innatos contra los que solo podemos prevenirnos a través de un fuerte espíritu crítico. Antes de dar nada por sentado hemos de cuestionarnos cada cosa que oímos o leemos: la fuente, el objetivo o interés de quien lo emite y, por supuesto, a quien beneficia. Quizá así nos resulte un poco más fácil refrenar el impulso de darle al botón de reenviar a todo lo que nos llega.
Y quizá así resulte más fácil evitar que determinadas ideas u opciones se “viralicen” (curiosa palabra en época de pandemia) y acaben por convertirse en verdades absolutas e incontestables que deriven en modas, hábitos y prácticas que adoptamos sin saber muy bien, como decimos en esta tierra, para quien vendimiamos.
Sé que esta reflexión está llena de lugares comunes, pero quizá no esté de más, viendo cómo se despacha el personal, volver de vez en cuando a poner el foco sobre ello. Que la facilidad para informarnos y comunicarnos no sea la manera más simple de dejarnos manipular, sino la herramienta universal para recuperar la capacidad de reencontrarnos.
Sé que sonará viejuno reivindicar aquella cultura de suplemento dominical, de radio y periódico -en papel-, en la época de internet, de las apps de mensajería instantánea y las redes sociales. Frente a la inmediatez con la que llega, se reenvía y se olvida un mensaje, reclamo la pausa para escuchar, para leer y para pensar. Quiero poner en valor las enormes posibilidades que las nuevas tecnologías nos ofrecen, pero también quiero demandar para su utilización ese espíritu crítico de la que hicieron gala las generaciones que, en la segunda mitad del siglo XX, asentaron las bases de una sociedad que nos ha hecho crecer en libertades y en horizontes.
En definitiva, que la estupidez no nos haga perder un futuro que, a veces, parece peor que el que vislumbrábamos hace no tanto tiempo, mientras leíamos el suplemento dominical…
Por Prisciliano Losada Martínez, Secretario Técnico de COAG CASTILLA Y LEÓN