Por qué la alternativa que propone Garzón es completamente inviable

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LORENZO RIVERA
Coordinador regional de
COAG CASTILLA Y LEÓN

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en sus gloriosas declaraciones despachadas al diario The Guardian traza un grueso diseño de la ganadería española, sin grises y sin matices: frente a las macrogranjas, la ganadería extensiva. En el centro está toda la producción bovina, porcina, cunícola y aviar de granjas: familiar, social y con estrictos controles de calidad, sanidad y medioambientales que garantizan plenamente sus producciones. Y prueba de que las garantizan es que Garzón no se acuerda de ella. No genera problemas. Funciona perfectamente. No es noticia.

Me pregunto cuánto duraría en Francia un ministro que hubiera hecho las declaraciones que hizo Garzón para el periódico inglés. Los franceses, que son muy respetuosos y fieles defensores de todo lo agrario -y de todo lo francés- no se lo perdonarían jamás. Pero como ganadero, me gustaría aportar al debate la defensa del 90 por ciento de los profesionales de la ganadería que trabajamos la inmensa mayoría de las granjas que hay en España. No solo de extensivo, sino también en granjas, a secas, como a mí me gustaría llamarlas. El prefijo “macro” sólo es aplicable a un escaso porcentaje de instalaciones y, desde luego, es un modelo contra el que COAG siempre ha batallado.

La alternativa que propone Garzón a las macrogranjas, la ganadería extensiva, desarrolla una gran función medioambiental y paisajística, pero desgraciadamente está desapareciendo. ¿Por qué?
La primera causa son los precios que se pagan por esas producciones de carne o de leche. No hay un diferencial de precios para que el ganadero vea compensado su esfuerzo. Bueno bonito y barato, no puede ser. El consumidor, hoy, no está dispuesto a pagar un sobreprecio por estos productos.

El segundo problema de la ganadería extensiva radica en la imposibilidad de practicarla en zonas donde no haya pastos, praderas o sierras. Sobre todo, con escasas lluvias en años de sequía. No podría subsistir si no se complementa con piensos y forrajes que dispararían más los precios. Un ejemplo: en años de sequía los fabricantes de piensos venden más.

Un tercer factor que dificulta este tipo de ganadería es el peligro de la fauna silvestre. Por ejemplo, los ataques de lobos, que al estar prohibida su caza, aumenta el censo y por ende, los ataques. Y también son un peligro real los contagios de enfermedades de esta fauna silvestre. Ciervos, corzos, jabalíes, etcétera propagan enfermedades contagiosas como brucelosis o tuberculosis, y parásitos.

Y un último factor que condiciona más que los anteriores es que estamos en el siglo XXI. Los ganaderos de la boina y todo el día en el campo se acabaron. Los jóvenes no están dispuestos a este modelo. Quieren disfrutar de su tiempo libre y con razón.

Si no se compensan económicamente esas carnes, seguirán desapareciendo. El precio del chuletón de extensivo estará solo a la altura del sueldo de ministros como Alberto Garzón.