“Llegó la hora de mirar al cielo”

cielo

Por José Carlos Blanco, Jefe de Prensa de COAG Castilla y León.

El verano dio el último aviso. El cambio climático es abrumadoramente real. El primer mandamiento de la ley del campo dice que sin un mínimo de calma ahí arriba, no hay agricultura. Seamos conscientes y activos contra esa amenaza.

 

 

Después del carrusel de fenómenos que ha venido del cielo este verano: sequía, lluvias torrenciales, granizadas, vendavales, temperaturas extremas que incendian los bosques, etcétera, parece que ya no caben dudas acerca de que algo raro está pasando ahí arriba. Algo está cambiando. ¿El clima, tal vez?
Y el primer mandamiento de la ley del campo dice claramente que sin un mínimo de calma ahí arriba, no hay agricultura.

Principalmente, la troposfera, situada a unos 10 kilómetros por encima de nuestras cabezas, es una genuina pista de baile donde se celebran verbenas a diario, amenizadas por los movimientos horizontales y verticales del aire, los vientos, las nubes, las lluvias y los cambios de temperatura. Y como hemos visto este verano, el guateque está cada año más animado. Por tanto: o paramos la fiesta, o los agricultores seremos los primeros pobres climáticos de los muchos que se sucederán en lo sucesivo.
Pero ¿de verdad se puede parar la juerga? Será difícil. Los políticos no quieren, no ven rédito electoral.

Ni siquiera aquellos gobiernos, como el español, “abarrotados de ecologistas”. Eso nos vendieron tras “perpetrar” (con exquisita pureza democrática a espaldas de los ganaderos) la decisión de meter el lobo en el LESPRE. Estos ecologistas, lo son a días. O mejor: Como los exiliados de la película Amanece que no es poco: “unos días huelen bien y otros van en bici”.
A la sociedad tampoco se le espera en este frente. Dice el sabio Daniel Kahneman, psicólogo israelita-americano, experto en economía del comportamiento, que “el homo sapiens no está capacitado para afrontar el cambio climático, … porque no quiere asumir costes ni sacrificios. Incluso para muchos es una cuestión incierta y debatible”.

Más allá de lo enviromentally friendly, que cotiza bien en el bazar del postureo, y los coches no contaminantes a 50.000 euros la pieza (los baratos) y la comida bio, que luce en los lineales a precios astronómicos, poco hay del compromiso medioambiental. Hasta los verdes señeros comprenden que mucho militante de esta tendencia social de moda es directamente pijo. Y los moradores de los continentes desafortunados, la mayor parte de África, Asia y Sudamérica, y mucha de Europa, Norteamérica u Oceanía, ven en las emisiones un problema del primer mundo que no va con ellos. Decían los filósofos latinos:“primum vivere, deinde philosophari”. O sea, primero vivamos y luego filosofemos.

La injusticia divina, además, se ceba con ellos, porque si bien el 1 por ciento de los ricos del planeta contamina lo mismo que el 50 por ciento, o sea, contamina lo mismo que 3.100 millones de personas, los países en los que viven estos últimos, los más deprimidos, son quienes más sufrirán las consecuencias del cambio climático.

El deterioro del planeta es incuestionable. La última constatación la hace el grupo de científicos del World Weather Attribution. En su estudio demuestran que la sequía de este verano, la denominada sequía agrícola, fue producida no tanto por la ausencia de lluvias sino por la falta de humedad. Este fenómeno que antes sucedía cada 400 años, ahora se producirá cada 20 y estrechándose los periodos.
Por ello, es buena noticia la obtención de certificados de carbono que el agricultor podría vender en los mercados voluntarios. Y sobre todo, los agricultores de cultivos extensivos como cereales, oleaginosas o proteaginosas. Una de las firmas que se encarga de esta actividad, Balam, sostiene que sería “una recompensa para aquellos que se impliquen en un cambio hacia una agricultura más respetuosa con el planeta”.