Ha pasado un año y toca hacer balance. Una concentración frente a la Delegación del Gobierno en Valladolid daba el pistoletazo de salida el 29 de enero. Al día siguiente, multitudinarias manifestaciones y tractoradas en Zamora, Salamanca, Burgos y Palencia. Para finales de febrero manifestaciones y tractoradas en Ávila y Arévalo, en León y Ponferrada, que repiten el éxito de las anteriores y a las que se suman, ya el 11 de marzo, Soria y Valladolid.
Lo mismo pasaba en el resto de España. Aquellas movilizaciones resultaron sin duda históricas: por la alta participación de profesionales; por el enorme interés mediático suscitado; por el apoyo de la sociedad a nuestras reivindicaciones; por la inclusión de los problemas del campo en la primera línea de la agenda política. El efecto multiplicador de la unidad del sector animaba a las siguientes convocatorias en un proceso que parecía iba a durar mucho tiempo. Pero que hubo que parar en seco cuando la gravedad de la pandemia provocó la declaración del estado de alarma.
Ha pasado un año y toca hacer balance: ¿estamos mejor o peor que entonces? Y, ¿mereció la pena tanto esfuerzo?
En mi opinión –totalmente subjetiva-, la respuesta a la primera pregunta es que ni lo uno ni lo otro: no estamos mejor porque no logramos nuestro principal objetivo, que era un precio justo para nuestros productos. Pero tampoco estamos peor porque conseguimos que la ley de cadena alimentaria incluyera la obligación de pagar precios que cubran los costes de producción. No es poco. Otra cuestión es cómo hacer que estas medidas, importantísimas sobre el papel, se cumplan a pie de campo.
Y un si rotundo, clamoroso, triunfal, a la segunda pregunta. Un SI enorme a la utilidad de aquel esfuerzo, igual que los que se hicieron antes de éste y a los que sin duda se harán a partir de ahora. La movilización es nuestro mejor recurso para remover los obstáculos cuando el diálogo no trae los cambios que demandamos. Las movilizaciones de hace un año vinieron acompañadas de una extraordinaria complicidad de la opinión pública, que propició un inusitado interés en unos medios de comunicación para los que los problemas agrarios simplemente no existían.
Una y mil veces merece la pena haberlo hecho. Y merecerá la pena volver a hacerlo. Para recuperar como sector ese tirón y esa energía que hace un año nos hizo abrir los diarios informativos durante semanas. Para que la sociedad responda, política y socialmente, a nuestra reivindicación de precios justos.