Usos agropecuarios genuinos del somier y la bañera

110. bañera

Por José Carlos Blanco, Jefe de Prensa de COAG Castilla y León.

 

Medios y redes se hacen eco del uso cuestionablemente espurio por parte de los agricultores y los ganaderos, de objetos de uso discutible­ mente exclusivo de la vida doméstica. Encabezan la nómina dos clásicos: el somier y la bañera. Se los suele ver en las puertas de las huertas y en las pequeñas granjas. Frente a quienes defienden que es una manera de reciclar se sitúan quienes ven aquí un culto al feismo

La agricultura ha rescatado al somier de la opresión y el aplastamiento que ha sufrido durante siglos por parte de la humanidad. La humanidad, además, ha consumado el maltrato con nocturnidad, que es agravante del derecho penal. Y ha evidenciado una ingratitud que explica el sanguinario exterminio que ha emprendido últimamente (la humanidad) contra todo el mobiliario terrenal: animal, vegetal y por supuesto, material, que incluye a los objetos. Al somier.

El somier ha cargado encima con toda la humanidad in illo tempore. Sobre el somier nacen las personas y mueren las personas. El somier es el ingenio que recibe al ser humano en la vida y el que le confiere la última despedida. Mientras tanto es lecho: palabra que a través de sus raíces históricas ha significado sosiego, calma y trono. El somier sufre y le duelen, porque tiene alma, los sollozos del enfermo, la angustia del insomne, la pesadumbre del deprimido, el terror de las pesadillas, la soledad del solitario; sufre la detonación de los ronquidos; sufre las infidelidades, sufre las impotencias; padece los temblores del miedoso y experimenta la opresión de quienes provocan la deserción de las básculas y solo hallan descanso sobre el sufrido estrado.

¿Y qué provecho ha cosechado con todo ello? ¿Cuál ha sido el beneficio con que la humanidad lo ha recompensado? Este: la humanidad se ha arrojado sobre el somier con la intrepidez del suicida que se arroja a la acera desde la azotea de un rascacielos.

La agricultura, el labrantío, sin embargo, no solo ha abierto de par en par las puertas al somier sino que lo ha nombrado el guardián de sus patrimonios; el portero de sus cielos, como San Pedro, o de sus infiernos, como el Can Cerbero. Allí, en el pórtico de las granjas, de las huertas, de los prados, de todos los predios, el somier revive sus viejos colores que fueron desleídos por sus antiguas tareas. Cuando el sol lo roza rebrota la purpurina de oro y de plata con la que un día fue cubierto; y en verdad. hay que decir que se le ve dichoso en esta nueva tarea.

Después, cuando la noche sin luna cae sobre las granjas, el somier ennegrece hasta provocar espanto; como un código de barras enlazado a las paredes del huerto. Y disuade así cualquier intento de penetrar en la quietud y en el silencio del interior de la finca.

Este prodigio, esta perfecta armonía de la naturaleza; podríamos decir también, esta música, tiene enemigos: el senderista, por ejemplo. Tres palabras utiliza el senderista, (no caigamos en la generalización y digamos que no todo caminante que cruza el bosque es así de rotundo) tres palabras le vienen a la cabeza cuando observa esta epifanía. Estas palabras son: feo, hortera y paleto.

Mafalda, recuerda la gran Irene Vallejo, dice: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”. Esta es la cuestión: ¿en qué caletre cabe que un somier halla su clímax bajo un contubernio de achiperres fatigosos llamado canapé, o colchón, o jergón o yacija, al que, para ahondar en la herida. le ponen un muerto encima, (en lo que llaman cama) o un gordo mórbido, o un roncador que espanta a los búfalos o una pareja, trio o swinger experiencie?

¿No estará mejor un somier a la sombra de un bosquecillo de castaños, recibiendo la brisa que llega desde los suaves montes cercanos? Allí, solazado por la vista de cantuesos y brezos y espliegos y hayas y sabinas que descienden por la ladera; y acuna en su travesaño dorado la cabeza de la vaca que mira el atardecer con melancolía, y disfruta con alborozo la visita de gorriones y garzas y cornejas y estorninos y mirlos que se posan en el travesaño, junto a la cabeza de la vaca nostálgica, y se unen a la corrobra, el caballo, y varias parejas de conejos y la cabra, que se queda a una distancia prudente por su famosa cautela, y una largartija, un perro, una gineta y un erizo pueblan el travesaño de abajo porque el de arriba ya está abarrotado de criaturas y en medio de toda esa tertulia el somier emite opiniones eruditas que son muy apreciadas por todos.

USOS BASTARDOS

Las preguntas: ¿Dónde debe estar el somier para no estar fuera de lugar? O sea, ¿cuál es su uso innoble o bastardo? ¿Por qué en los medios aparecen, en alusión al somier cuando está en las granjas o los huertos, términos como “gran impacto visual”, “bajo nivel cultural” de los usuarios, y manifestaciones aún más sangrantes que no reproduciremos?

La respuesta: resulta que también se vilipendia al sembradío y a la granjería por su pronunciación de las erres: la erre de reciclar, la de reducir y la de reutilizar, que son los pilares del ecologismo. Algunas voces (las buenas) sostienen que es propio de las economías familiares buscarle otro uso a todo objeto que pierde su papel en la función genuina. Es propio de la agricultura familiar.

Un avicultor, por no tirar la tele averiada, la vació y la llevó al gallinero. La tele tuvo éxito allí. Las gallinas se guarecían dentro y se las notaba felices. A alguna, incluso, le gustaba verse reflejada en la pantalla: no paraba de mirarse. El avicultor, al verlas disfrutar dentro del aparato catódico que había llenado de paja, fue llevando más teles que encontró en la basura. Instaló once. Un pintor alemán llegó al pueblo y casualmente visitó la granja. Que­dó maravillado. Llamó a aquello “performance bio-pop”. En un concurso alemán similar a la documenta de Kassel presentó una instalación idéntica, pero sin gallinas. Obtuvo el segundo premio.

La voz somier, por muy francesa y elitista que parezca, es una palabra del campo, del sembradío y la labrantía. Procede de las voces latinas e hispanoárabes, saumarius, animal de carga, sagma, albarda o jalma, aparejo de bestia de carga. Los franceses la adaptaron, con dos emes además, porque el sommier “carga” con el colchón. Pero en su origen no fue sólo animal de carga, sino también se refería a los arneses o sillas que las bestias llevaban ajustadas para soportar cargas.

LA BAÑERA

El Mesías de los Objetos dijo un día: “no es bueno que el so­­mier esté solo. Necesita una compañera”. Y creó la bañera.

Pues bien, la bañera, por mucho que se le cubra de alabastro y se la ubique en cuartos de baño ¿qué es sino una versión hortera de la antigua alberca o aljibe o pileta que fue creada con el fin de que sirviera como depósito para el rie­go o como bebedero para el gana­do?

La primera empresa que empezó a comercializar bañeras fue la prestigiosa Kohler and Co, fundada en 1873 en Kohler, un villa de 2000 habitantes ubicada en el estado de Wisconsin (EE UU). Kohler and CO es todavía una famosa firma que comercializa azulejos, muebles, motores y objetos de fontanería. La empresa, que acaba de celebrar su 150 aniversario y que tiene presencia en 30 países de los cinco continentes, anunciaba así el nuevo producto, la bañera, cuando lo lanzó al mercado a principios del siglo pasado: “comedero para caballos/ escaldador de cerdos, que cuando está equipado con cuatro patas servirá como bañera”.